Esta es una historia que ha cambiado mucho, en pocos meses.
Cuando empezó el calor, más o menos hacia el mes de junio, llevamos a Bebemío a la playa por primera vez. Aquí lo reseñamos. Y el resumen sería: la arena, un éxito. El agua: no tanto.
Después de ese paseo a la playa lo llevamos a la piscina del club. No había arena, no hubo éxito de ningún tipo. Cuando lo sumergíamos, lloraba. Ponía cara de tortura, pero ahí se quedaba. Lo llevamos un par de veces más y nos rendimos.
En agosto empezó una ola de calor horrible, en la que nos moríamos asados en la casa y yo decidí llevármelo a la piscina. Lo prefería torturado, pero fresquito y no tranquilo, pero asado.
¡Qué diferencia! Como ya caminaba, empezó a familiarizarse con la piscina más fácilmente (parecía que era como su bañera, pero más grande).
A medida que pasaban los días, se veía más cómodo, jugaba con sus juguetes, se movía de un lado a otro agarrándose del borde... hasta que ya se atrevía a caminar solo hacia el centro de la piscina. Había llegado el momento de comprarle los salvavidas ¡Qué maravilla!
En las fotos podrán ver que yo le pongo los flotadores, lo meto en la piscina y él se va para adentro sin temor de nada ¡Bebemío, mío!